jueves, 2 de abril de 2015

Por que una imagen vale más que mil palabras... Methamorphosis on pictures






Love is in the air

No, lo siento. Lo nuestro es mejor que siga así, solo amigos. No sabes lo mucho que me duele decirte esto, peor tu amistad vale más que una relación efímera. Te quiero muchísimo, no quiero que eso cambie.

Se lo dije rápido, tratando de causarle el menor daño posible, pero no fue así. Sus lágrimas cayeron sobre sus hermosos pómulos llegando hasta su boca suave y rosada. Me sentí culpable, molesta, pues estaba arruinando lo que había esperado por meses.

Todo lo que le había dicho no eran más que mentiras, lo quería como novio, no como amigo. Soporté por meses que me besara solo en la mejilla, imaginando lo que se sentiría cuando lo hiciera en mis labios. Él era perfecto, de telenovela, mi «chico ideal». Lo único es que como todo en esta vida también tiene sus pros y contras, su defecto era la  mentalidad. Era agnóstico. Si fuera la yo de antes lo habría rechazado desde el momento en que me lo dijo, pero no sucedió de tal manera, a la yo actual en vez de alejarlo, eso le atrajo. Las palabras «amor prohibido», siempre sonaban en mi cabeza cuando estábamos juntos. Me convertí en escritora, directora de cine, hice un curso de auto-maquillaje y moda para principiantes, solo para llamar su atención. Leí libros que nunca me hubiera interesado en leer, solo porque salían de él que los leyera. Escribí e interprete los poemas que antes me parecieron cursis y que ahora solo me describen. Todo lo que había hecho para que se interesara en mi, lo había arruinado diciéndole que no.


Pero se por qué lo hice. No entendía como alguien así se pudo enamorar de mi. Por que, no es que exagere, o me haga auto-bulling, como él siempre me decía, sino por realista. Comenzando por mi cuerpo; no tengo muchas curvas, mi rostro sin ojos hermosos o una boca sensual, no tengo el cabello hermoso ni largo ni rubio. No soy atractiva. Si seguimos con lo mental creo que no acabaríamos jamás , esta de más decir lo inconforme que soy y lo sensible que puedo ser. Eso me abrió los ojos para comprender que lo que él sentía era una pura ilusión. No quería que sufriera con alguien como yo. Él se merecía algo mejor.


No se pueden imaginar lo rápido que pensé todo lo escrito aquí, ni lo difícil que fue para mi explicárselo a él. Sus ojos, grandes y marrones, todavía tenían un brillo singular por las lágrimas derramadas y ni hablar de las que aún faltaban por derramar. Cuando terminé de contarle mis insípidas razones, me sonrió, y con esa mirada de complicidad que solía darme acerco poco a poco mi rostro al suyo y justo antes de unirnos alcanzo a decirme:

Eso ya no importa.


Se inclino para cumplir mi más anhelado deseo, un beso de esos carnosos labios. Fue mágico. Todos los problemas, complejos, inseguridades y dudas se desvanecieron mientras mi alma se fundía con la suya, durante esos segundos sólo mi cuerpo estaba en esta tierra. Todo fue mejor de lo que hubiera imaginado.


Cuando nos separamos su rostro no era el mismo. Esos ojos marrones que inspiraban ternura se habían convertido en ojos de deseo y con un deje de desesperación que no comprendí. Me asuste y corrí, no pudiendo soportar las lágrimas. El chico del que me había enamorado había desaparecido, pero no se fue solo, se llevo con él mis esperanzas, mis sueños, y mi corazón.

Right On Cible


Right on cible

Miriam Border llego a la ventana escogida. Tardó bastante en encontrarla, pero la trayectoria que tenía que hacer el proyectil era como hacer que un ciego ensarte una aguja. Tras cansarse de buscar, su amigo Oscar, un ángel caído del cielo le brindo el sitio perfecto.


El apartamento era un fideo de espagueti, en el más literal de los sentidos. Tenía solo dos alcobas, una de las cuales hacia la función de cocina-comedor. Entre la cocina-comedor había un pequeño pasadizo que dividía los dos espacios y un baño que estaba en la alcoba del fondo. La ventilación era escasa, pues solo constaba de una ventana con vista al edificio ejecutivo G&J. Pero justo por esa vista fue que alquiló el apartamento. Lo otro no importaba, pues, al final solo estaría allí par de horas.

Se quito el abrigo y las botas, colgándolas en una lámpara rota que hacía de perchero junto a la puerta, lanzó sus cosas a un mueble marrón que ya estaba desgastado por los años, Pasó por el angosto pasillo entre una habitación y otra y se situó frente a la ventana de la vivienda. Calculó con los dedos, como si fuera un telescopio, el ángulo exacto y haló la mesa de caoba frente a ella. Volvió a la primera habitación, busco el estuche negro de guitarra y saco el rifle. Lo coloco encima de la mesa y con el visor del arma vio el posible tiro.





 Se enderezó y contempló el artefacto que tenía en frente. Era hermoso. No era la primera vez que usaba un rifle, ella era una francotiradora con más de 15 años de experiencia. Solía viajar por casi todo el mundo con las organizaciones secretas con más influencia a nivel mundial. Había visto todo tipo de aparatos para la defensa y la muerte, pero el que estaba frente a ella la seguía impresionando, integrado con sensores de calor, de movimiento, visión nocturna y 5 balas que explotaban automáticamente al configurar el cronometro.

Le había costado una fortuna, pero la misión era su razón de ser, el propósito de su vida.

Volteó y se vió reflejada en el espejo. Su cuerpo, todavía no afectado por la gravedad de los años, era la razón por la que conseguía tantos trabajos encubiertos. Parecer una modelo, actriz, estrella distante o una simple cortesana era pan comido. Su esbelta figura, cara angelical, sonrisa de portada y labios color carmín la hacían perfecta para el papel. Aunque poseía un cuerpo envidiable, eran los ojos que atraían todas las miradas, separándola del resto. Eran gigantescos, solo comparables al Tarsero (ese dulce animalito con ojos más grandes que el cerebro), color avellana con destellos azules, era casi imposible no mirarlos y al hacerlo era como ver solo dos estrellas en una noche oscura. Lo impactante de ese atributo era la falta de sentimientos que poseían. La tristeza, felicidad, enojo y apatía tenían el mismo grado de luz, ellos nunca cambiaban.

Excepto hoy. Habían cambiado. Y eso le gustaba.

Un ruido en la puerta hizo que se sobresaltara y que sus reflejos entrenados por la policía salieran a relucir. Saco el arma que tenía en los tobillos y camino directo al sonido. Sus superiores siempre alababan el riesgo que asumía, pues en vez de esconderse, siempre iba en la dirección de los disparos. Siguió caminando hacia la puerta cuando sintió algo detrás de ella, poniendo las manos en sus hombros. Lanzo una patada que dejaría inmóvil a su agresor, pero no funciono. Era un simple gato.

Respiro aliviada después del susto que había pasado y miro el reloj. Marcaba las cinco y cuarenta y cinco. Sonrió levemente y afirmo para sí. Hora de empezar.
Camino sobre sus pasos para volver al rifle. Se subió  en la mesa y miro por el visor. Encontrar a su objetivo entre el mar de ejecutivos vestidos con smokings negros, camisa blanca y corbatas azul hubiera sido una tarea casi imposible, gracias al cielo que el blanco de la misión tenía el cabello rojo.

Lo localizó en seguida. Su mirada perdida, nariz redondeada, boca y orejas pequeñas y su piel blanca casi como la nieve y su cuerpo fortalecido con el ejercicio estaban allí. No había cambiado nada. Las emociones de apoderaron ella y de repente todo comenzó a fallar. Su manía mover los pies de derecha a izquierda había comenzado. Las manos le comenzaron a sudar y el dedo índice de la mano derecha (donde estaba el gatillo) comenzó a temblar. No pudo controlar la avalancha de recuerdos que se acumulaban en su mente. No tuvo más opción que darle rienda sueltas a los momentos que juró nunca recordar.

Recordó su casa, era un terreno baldío situado al bajar una calle angosta. No era una vivienda grande pero si era preciosa. Su madre, una joven sin muchos estudios y débil tanto física como mentalmente, se esmeraba para que la casa luciera como un palacio. El pequeño jardín de los lados de la casa estaban adornados con rosas, orquídeas, brome lías y rocas pintadas por su hija. A ella le encantaba pintar con su dulce angelito. La casa constaba con cuatro dormitorios, uno al lado del otro, el salón principal y la gigantesca cocina. Cada uno de esos espacios estaba repleto de cuadros pintado por ellas. Era la casa casi perfecta. Lo único que fallaba era que estaba en un callejón sin salida. Las viviendas más cercanas se situaban a mas de dos calles para arriba, lo que ayudaba a que sus gritos fueran ignorados y que sus días fueran grises.

Pero nunca se considero una chica sola. Alexander Cold y Nadia santos siempre estaban allí para narrarles sus estadías en el bosque de las amazonas y contarles sobres la tribu indígena. Robert Langdon y Vittoria Vetra no dejaban de asombrarla con los Illuminati, la capilla Sixtina o la antimateria, y, ¿cómo olvidar a Jean-Baptise Grenouille describiéndole los olores y hedores de Francia en el siglo XVIII? O el amor que sentía por Seth Border, el surfista rubio con un cerebro más desarrollado que Einstein?

Ellos se mantenían siempre en su cabeza y la llevaban de la mano en sus fantásticas historias. Eso era una de las únicas cosas que la animaban después de que su padre, un americano ex jugador de pelota profesional, confundiera a ella y a su madre con una pelota y le diera batazos con los que sacaría a cualquier pelota del campo o cuando el mismo hombre no se sentía satisfecho sexualmente con su esposa e iba al cuarto de su hija a terminar de satisfacerse.

Sacando a los libros, sus tíos y su hermana mayor eran su refugio. Sus tíos, Brian y José eran unos adolecentes que obligados por los abuelos de Miriam tuvieron que irse a vivir con su hermano mayor. Su hermana, Teresa, tenía 18 años. Aunque trato de escaparse en más de una ocasión, su padre siempre la iba a buscar y la castigaba dejándole sin comida por días o la amarraba por horas bajo el sol.

Ellos, por proteger a Miriam, por ser todavía una niña la escondían en el momento de las peleas y en muchos momentos cuando la ira de su padre terminaba en golpes para todos.

Por las noches, se alojaba en los gabinetes altos de la cocina, por miedo a que el infierno del día y las pesadillas de la noche se materialicen en la madrugada. Allí se sentía a salvo. Al contrario de otros niños, ella no le tenía miedo a la oscuridad, al contrario se sentía a salvo, lejos de la vista de su padre, con la capacidad de esquivarlo y evitar sus golpes con facilidad.

La noche del 30 de septiembre del 1996 nunca saldrá de su memoria. Pasadas las doce de la madrugada, Miriam se traslado, como todas las noches, a los gabinetes altos. Se acomodó como de costumbre en el diminuto pero acogedor espacio en posición fetal y comenzó el proceso de dormir cuando escucho sonidos extraños.

Lo primero que le llego a la mente es que el glotón de su padre estaba consumiendo todas las sobras de la cena de esa noche y parte del desayuno de esa mañana. Pero los ruidos se convirtieron el pasos, los pasos en quejas y todo culminó con gritos capaces de oírse a un kilometro bajo tierra. Conocía todos los gritos de su madre, hermana y tíos porque su padre los golpeaba a todos casi diario, pero esos eran diferentes, parecía que le dividían el cuerpo en dos.

 El miedo hizo que se petrificara y que no moviera ni un musculo. Se quedo tarareando la melodía de Unfaithful, la única canción que su mama le cantaba para calmarla, hasta que oyó a su padre gritar de dolor. Nunca en su vida lo había escuchado, Siempre eran de placer. Eso la hizo salir del shock y que se le abriera la curiosidad.

Después de un rato, acopló todo el valor que tenia para salir. Saco primero un pie, poniéndolo en la estufa y luego el otro. Después paso a ir hasta el piso saltando. Algo hizo que se resbalara y que se llenara de ese líquido pastoso y de olor desagradable. Resbalo y cayó en el mueble, situado al medio de la modesta casa. Sintió que los pasos de acercaban se escondió debajo de la mesa. Vio como un hombre sostenía al parecer dos pelucas goteadas de agua. No pude creer la escena y salió un poco de la mesa. La luz de la luna se colaban por las ventanas abiertas, con esta pudo ver que no eran pelucas, eran las cabezas de sus tíos, hermana, madre y padre goteando la sangre. Si antes le tenía miedo a las pelucas, eso hizo que mas nunca vea una sin recordar la escena. Lanzó un grito ahogado que atrajo la atención de aquel hombre.

Lo conocía. Era el mensajero de su padre. Oliver. Su pelo rojo y su gorra negra eran su forma de que lo identificaran. Siempre fue muy gentil con la familia. Pero ese día parecía otro. Su gorra negra fue remplazada por una roja y en su cuello colgaba una fila de afilados dientes molares.

El se acerco a ella y tapándole la boca le llevo un cuchillo al cuello mientras le decía:


 –Te ves hermosa de rojo, no sabía que la sangre te quedaba tan bien. Y soltó una risa burlona mientras le quitaba la camisa y la llevaba para el cuarto.

Una lágrima se derramó de sus ojos cayendo sobre su mejilla y deslizándose hasta el escote de la camisa blanca. Eso la separó del pasado y volviendo en sí se restregó los ojos como queriendo quitarse los recuerdos de su memoria. Se acordó de su misión y sobresaltada miro por el visor. Se tranquilizó al darse cuenta de que Oliver solo se había movido un metro. Sintió culpa, pero trató de ahogar ese sentimiento con el pensamiento de que libraba al mundo de un monstruo, un parásito. Además estaba vengando a su familia. El la había despojado de todo.
Ella solo haría justicia.

Paró sus pensamientos, ajusto el visor del rifle, coloco su dedo en el disparador y antes de pensarlo dos veces, haló el gatillo.





Fantasmas en el espejo

Ésta frase puede despertar diversos sentimientos y un sin fin de opiniones sobre el tema. A continuación serán testigos de una historia diferente, la historia de Yisel.
Yisel nació en un hogar dividido a causa del divorcio. Sus padres se separaron cuando ella tenía la tierna edad de tres años. Al criarse en una pobreza casi extrema y en una zona sumamente peligrosa, su vida corrió peligro muchas veces, cuando no eran las balaceras espontáneas que acusaban la zona y que la atrapaban en cualquier instante, eran los cobradores que la utilizaban como medio de coerción para obligar a su madre a pagar. En ese barrio solo habían dos formas de vivir cómodamente: adentrarse en el negocio o mudarse de inmediato. Aunque la segunda opción era la que más le agradaba y con la que soñaba repetidas veces, pero ni ella ni su madre tenían el dinero suficiente para sostenerse en otro lugar de la capital, así que la única viable era la primer opción. Prostitución, lavado de dinero, narcotráfico o una simple vendedora de droga, eran sus ofertas de trabajo. Optó por la última, pues pensó que para ella sería la menos peligrosa.
 Así pues, a la corta edad de trece años, cargó con el peso económico de ella y de su madre quién por cierto estaba embarazada. Comenzó a hablar de eso con su 8 explicándole su decisión de adentrarse al negocio, no sin antes obligarla a jurar que no le diría nada a su madre, ya que temía que ésta al enterarse se lo impediría, pero fue todo lo contrario. Ella, llamó a algunos de sus amigos para contarles lo que quería hacer y ellos se encargaron de suministrarle todo lo necesario para que se mantuviera a flote mientras se acostumbraba. Yisel se sorprendió de la rapidez con que entró en el nefasto mundo de la venta de drogas e inmediatamente comenzó a promocionarse pues ese era su boleto para abandonar el sucio agujero donde vivía.
Dos años después de eso, su negocio era el más prospero del lugar. Su casa era conocida por todos gracias a que se encontraba en el lugar perfecto, justo a la mitad de toda aquella zona. Por su muy lucrativo pero peligroso estilo de vida, era una persona extremadamente seca y fuerte, no por elección, sino por necesidad. Los hombres muy seguido se drogaban en su casa y los efectos inmediatos los hacían perder el control. Más de una vez trataron de destrozarle el lugar, de golpearla e incluso de violarla pero ella sin saber cómo ni de dónde, sacaba las fuerzas necesarias para echarlos de ahí.
Su vida era más complicada de lo que se veía. Tenía que cuidar y mantener a su madre y a su hermana pequeña de tan solo dos años a pesar de que su prima Marie se había mudado con ellas para atender a su tía. Su prima le ayudaba muchísimo, pues mientras de día iba a la escuela, ella cuidaba de la casa y por las noches Yisel podía quedarse en el negocio.
A los dieciocho años Yisel salió de la escuela secundaria con el ferviente deseo de entrar a la universidad. Quería ser arquitecta, pues ese era el único recuerdo que tenía de su padre, recordaba  con cierta dificultad los planos regados por doquier y las fotos de edificios volando cada vez que el viento azotaba la debilucha casa en la que vivían. Ese era su sueño, seguir los pasos de su padre en lo único bueno que había hecho antes de abandonarlas en aquel sucio lugar. Duró meses pensando lo que iba hacer, porque tanto su familia como su negocio la tenían atada a ese bajo mundo, sin embargo su sueño seguía siendo el dejar ese agujero. Resultaba irónico el hecho de que ella solo había entrado al lucrativo negocio de la venta de drogas para asegurar su salida y ahora era eso lo que justamente la retenía allí. Tenía la libertad económica que tanto deseaba, pero eso no valía si consideraba las limitaciones físicas que esa economía le hacía pasar. Estaba atrapada en un mundo en el que solo entró para asegurar su vuelo de allí.

Tras pasar un tiempo meditando su situación se dio cuenta de que la solución era más fácil de lo que pensaba. Simplemente tenía que elegir entre su sueño y su familia. Tan sencillo como eso.